Entre dictadura y democracia.
1966-1976
El gobierno militar encabezado por Juan Carlos Onganía designó como nuevo rector de la Universidad de Buenos Aires a Luis Botet, quien asumió el cargo el 11 de agosto de 1966. Botet era exjuez y profesor adjunto en la Facultad de Derecho. También fueron nombrados nuevos decanos en las facultades, entre ellos José Bidau, en Derecho y Ciencias Sociales; el almirante ingeniero Antonio Marín, en Ingeniería; Andrés Santas, en Medicina; Gino Alejandro Tomé, en Agronomía, y Armando Novelli, en Farmacia y Bioquímica. En Ciencias Exactas fue designado delegado del rector el profesor Bernabé Quartino. En una de sus primeras declaraciones públicas, realizadas durante una conferencia de prensa ofrecida en la sala de Consejo Superior, Botet afirmó que las “altas casas de estudio” no debían ser “barricadas de agitación política” y sostuvo que el principio de autoridad “debe ser restablecido en el país en todos los órdenes si es que queremos que la Nación vaya adelante”.
Luego de un período de receso provocado por el impacto de La noche de los bastones largos, el lunes 22 de agosto de 1966 se reanudaron las clases en la mayoría de las facultades. El reinicio fue acompañado por la presencia de fuerzas policiales, que no lograron evitar nuevos incidentes, particularmente graves en la Facultad de Medicina, donde un grupo de estudiantes irrumpió en el despacho del decano. Un día después fueron disueltos la Federación Universitaria Argentina y los centros de estudiantes de Ciencias Económicas y de Medicina.
En febrero de 1968 Botet fue reemplazado por Raúl Devoto, quien hasta entonces había sido el rector de la Universidad Nacional del Nordeste. Devoto esbozó un ambicioso plan de transformación de la UBA que incluía su división y departamentalización. Sin embargo, la resistencia que encontró entre profesores, estudiantes y los decanos de varias facultades lo obligó a dejar su cargo en julio de 1969.
Las autoridades universitarias designadas por el gobierno de la Revolución Argentina procuraron avanzar en un proceso de despolitización de la vida universitaria restringiendo los derechos de los estudiantes a participar y organizarse gremial y políticamente. En 1967, a partir de la sanción de una nueva ley, intentaron regularizar las universidades sobre la base de la prohibición de la actividad política y del gobierno tripartito, y asegurando la hegemonía del claustro de profesores. También pretendieron limitar el número de estudiantes mediante la implementación de restricciones al ingreso a la universidad que consistían, sobre todo, en un severo sistema de admisión a través de exámenes. La oposición al llamado “limitacionismo” constituyó uno de los ejes centrales de las luchas y las movilizaciones estudiantiles de aquellos años. Fue especialmente intensa la campaña contra las restricciones y los exámenes de ingreso que los estudiantes llevaron a cabo durante 1970 y 1971. Finalmente, los intentos del gobierno militar de despolitizar y achicar la matrícula universitaria fracasaron. La activa participación de los estudiantes en el Cordobazo de mayo de 1969, que provocaría la caída de Onganía, fue una clara muestra del fracaso.
A fines de los sesenta, el movimiento estudiantil experimentó un proceso de politización acelerada. En esos años se produjo la eclosión de fuertes protestas estudiantiles en Europa y Estados Unidos. En ellas, los estudiantes hicieron sentir sus reclamos por las condiciones de estudio y su disconformidad con el orden político y social entonces vigente. En Estados Unidos fue muy importante la oposición de vastos sectores juveniles a la guerra de Vietnam. Las revueltas estudiantiles también estuvieron cruzadas por demandas relacionadas con las sostenían los movimientos feministas y ecologistas. Posiblemente la de mayor impacto internacional haya sido la que protagonizaron los estudiantes parisinos en 1968.
La presencia de actores vinculados con los partidos políticos fue una constante del movimiento estudiantil, en particular, desde 1918. Sin embargo, hasta fines de los sesenta las agrupaciones seguían definiéndose mayoritariamente a partir de posicionamientos relacionados específicamente con la vida universitaria. La adhesión a las tradiciones de la Reforma, con sus diversos matices, constituyó un aspecto central en la definición de esas agrupaciones. En cambio, desde comienzos de la década siguiente, sobre todo, desde 1972 y 1973, la identidad partidaria comenzó a ser el eje principal en la construcción de las organizaciones estudiantiles. La Juventud Universitaria Peronista, la agrupación Franja Morada, ligada a la Unión Cívica Radical, y el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda, vinculada con el Partido Comunista Revolucionario, fueron algunas de las agrupaciones que comenzaron a ejercer un protagonismo central en la vida de la Universidad de Buenos Aires.
Presionado por la amplia movilización popular y por el peso creciente de las organizaciones armadas, el gobierno militar se vio obligado a llamar a elecciones. El 11 de marzo de 1973, los candidatos del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, fueron electos presidente y vicepresidente de la Nación, respectivamente.
Durante la breve etapa en que Cámpora ejerció la presidencia los grupos vinculados con los sectores revolucionarios del peronismo cobraron una influencia decisiva. Esos sectores controlaron el gobierno de varias provincias y los rectorados de las principales universidades. En la UBA fue designado rector el prestigioso historiador Rodolfo Puiggrós. Durante su gestión de cerca de cinco meses, en diversas facultades y carreras se intentó modificar los planes de estudio y las formas de evaluación. Por su parte, la política de extensión universitaria procuró colaborar con la construcción de viviendas para los sectores populares y con la conformación de un centro de producción de medicamentos que constituyera una alternativa frente a las grandes empresas del sector.
Durante esta etapa se resolvió expulsar a los profesores comprometidos ostensiblemente con la dictadura iniciada en 1966 y a los que ocupaban cargos jerárquicos en empresas multinacionales. Los estudiantes acompañaron masivamente estas transformaciones. En 1973, la Juventud Universitaria Peronista ganó las elecciones en ocho de los once centros de estudiantes.
La política de ingreso basada en la supresión de los exámenes de admisión provocó un aumento del número de estudiantes, tanto en la UBA como en las otras universidades. Los cerca de 351.000 estudiantes de las universidades públicas en 1973 pasaron a 430.000 en 1974.
A partir de los últimos meses de 1973, la izquierda peronista fue siendo desplazada progresivamente de la conducción de la UBA. La gravitación creciente de los sectores de ultraderecha en el gobierno se hizo evidente después de la muerte de Perón en julio de 1974 y, sobre todo, desde septiembre, cuando Oscar Ivanissevich asumió como ministro de Educación. En la UBA fue designado rector Alberto Ottalagano, un confeso admirador del fascismo italiano.
Durante 1974 grupos de ultraderecha cometieron atentados y asesinatos de los que fueron víctimas figuras estrechamente relacionadas con la universidad. Poco antes de las designaciones de Ivanissevich y Ottalagano, un atentado perpetrado contra el entonces rector de la UBA, Raúl Laguzzi, se cobró la vida de su hijo de pocos meses de edad. En julio, miembros de la organización parapolicial Triple A asesinaron a Rodolfo Ortega Peña, diputado, historiador y abogado de presos políticos. Hasta unos meses antes, Ortega Peña había ejercido cargos docentes y de gestión en la Facultad de Filosofía y Letras. En septiembre fue asesinado Silvio Frondizi, también abogado y defensor de presos políticos, y profesor en la carrera de Sociología.
Desde mediados de 1974, el movimiento estudiantil sufrió persecuciones y muchos de sus principales dirigentes fueron llevados a prisión u obligados a exiliarse. Otros corrieron peor suerte y fueron asesinados. El 29 de noviembre de 1974, en la Facultad de Ingeniería fue secuestrado Daniel Winer, secretario gremial del centro de estudiantes. Poco después, Winer fue asesinado. Luego de la prohibición de los centros de estudiantes y de la clausura de sus locales, sus actividades continuaron en la clandestinidad. Las persecuciones también incluyeron a docentes y no docentes, muchos de los cuales fueron cesanteados, amenazados y obligados a exiliarse.
Por otro lado, se implementaron exámenes de ingreso que, articulados con una estricta política de cupos por facultad y por carrera, provocaron una reducción importante del número de estudiantes.