Modernización, autonomía, revolución e intervención. 1955-1966

El 16 de septiembre de 1955, un movimiento militar derrocó a Juan Domingo Perón. Las nuevas autoridades les concedieron un lugar preponderante en el gobierno de las universidades a los estudiantes y los graduados que se habían movilizado contra el peronismo. En la Universidad de Buenos Aires fue designado rector el prestigioso historiador José Luis Romero, elegido a partir de una terna elevada por la Federación Universitaria que también integraban el filósofo Vicente Fatone y el historiador de la ciencia José Babini. Las leyes universitarias sancionadas bajo el peronismo quedaron sin efecto y, mediante el decreto ley 6.403 de 1955, se establecieron las bases de un nuevo ordenamiento legal para la universidad. El decreto reconocía la autonomía y el cogobierno de profesores, estudiantes y graduados, siempre que se privilegiase la mayoría de los primeros. Por otra parte, durante los primeros meses del nuevo gobierno se produjo -en particular, en la UBA- un recambio del cuerpo de profesores a partir de la expulsión y la cesantía de la mayor parte de los docentes que se habían comprometido con el gobierno peronista.

Durante el período comprendido entre 1955 y 1966 la UBA atravesó un intenso proceso de renovación, profundizado con la sanción de nuevos estatutos en 1958, que, nuevamente, aseguraron la autonomía y el cogobierno. Como resultado de la aplicación de las nuevas normas fue elegido rector el filósofo Risieri Frondizi.

El proceso de transformación y modernización de la UBA se manifestó de diferentes maneras. La institución comenzó a modificar su fisonomía incorporando activamente la vida científica y cultural, y relegando parcialmente su orientación casi exclusiva hacia la formación de profesionales liberales. Uno de los factores que posibilitó la transformación fue una masiva convocatoria a concursos que provocó el recambio de gran parte del cuerpo docente. También fue importante la expansión del sistema de dedicación exclusiva a la docencia. En 1957, los docentes encuadrados en esa categoría en la UBA eran una decena; en 1962 superaban los 600. El impulso a las actividades de investigación promovido por los concursos y la expansión del sistema de dedicación exclusiva también se expresó en la creación de nuevos institutos científicos. Esta política fue respaldada con la creación del Conicet, que, mediante el otorgamiento de becas, permitía a jóvenes graduados completar su formación como investigadores.

Los cambios no tuvieron el mismo impacto en todas las facultades de la UBA. Mientras en algunas de ellas fue particularmente intenso, en otras solo se manifestó en ciertas carreras, y algunas unidades académicas solo participaron marginalmente. Ciencias Exactas fue, probablemente, la expresión más clara de las transformaciones. También la Facultad de Filosofía y Letras: en ella, el proceso de modernización se expresó, sobre todo, en el surgimiento de nuevas carreras, como Sociología y Psicología, que cumplieron un rol fundamental en la renovación del perfil de la facultad. Bajo la dirección de Gino Germani, la enseñanza universitaria de la sociología se transformó sustantivamente. Mientras antes consistía, básicamente, en el estudio de las ideas sobre la sociedad, a partir de entonces se privilegió el análisis de las estructuras sociales con métodos modernos. Por su parte, la creación de la carrera de Psicología cristalizó los intentos realizados en ese sentido durante los últimos años del gobierno de Perón. A comienzos de los años sesenta Psicología era la carrera más numerosa de la facultad. Finalmente, la creación de la Facultad de Farmacia y Bioquímica en 1957 fue otra de las innovaciones relevantes de este período.

Uno de los aspectos destacados de la experiencia universitaria iniciada en 1955 fue el impulso de las actividades de extensión universitaria. Así, por ejemplo, en 1956 se creó un departamento cuyo objetivo era promover diversas actividades que fortalecieran y canalizaran el compromiso social de la universidad. El proyecto de mayor envergadura fue el que se estructuró alrededor del llamado Centro de Desarrollo Integral de Isla Maciel. Allí, uno de los lugares más desfavorecidos del Gran Buenos Aires, se conformó un centro de acción comunitaria y se organizó un programa que durante diez años mantuvo un centro escolar para adultos, una cooperativa de consumo y otra de vivienda, un centro de asistencia para jóvenes y adultos, y uno de recreación para niños. 

En 1958, la creación de la editorial Eudeba constituyó uno de los hechos más significativos de la historia de la Universidad de Buenos Aires. Durante esos años fue dirigida por el matemático Boris Spivacow, quien logró situarla como una editorial de referencia en materia académica y científica en el mundo universitario en lengua hispana. Al mismo tiempo llevó a cabo una intensa tarea de difusión cultural. Entre 1958 y 1966, Eudeba publicó 12 millones de volúmenes, que eran comercializados a precios accesibles a través de una red de kioscos situados en distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires.

Los años sesenta se caracterizaron por un clima de creciente conflictividad política. La proscripción del peronismo establecida por la Revolución Libertadora generó una profunda tensión en el sistema político. La Universidad de Buenos Aires no fue ajena a este “mundo de tensiones”, como Risieri Frondizi tituló uno de sus libros (La universidad en un mundo de tensiones). En 1962, cuando la gestión de Frondizi llegaba a su fin, las elecciones para designar a su sucesor se polarizaron entre dos grupos: el de los reformistas -sectores laicos de izquierda identificados con la tradición de la Reforma de 1918- y el de los humanistas -vinculados a grupos católicos de orientación liberal y comprometidos con la actividad política. Los humanistas lograron imponerse y su candidato, el economista Julio Olivera, asumió el rectorado. Tiempo después, Olivera renunció y fue reemplazado por el ingeniero Hilario Fernández Long, integrante del mismo espacio académico-político.

Durante esos años se desarrolló un proceso de radicalización hacia la izquierda de vastos sectores intelectuales y estudiantiles que cuestionaban el rumbo que tomaba la vida universitaria y protagonizaron crecientes protestas y movilizaciones. En ese contexto, las diferencias y los enfrentamientos entre los integrantes de la comunidad universitaria se profundizaron. En el proceso de radicalización incidieron la decepción de muchos jóvenes con el gobierno de Arturo Frondizi, presidente de la Nación desde 1958, y, sobre todo, el impacto de la Revolución Cubana. Ese movimiento crítico se tradujo, entre otros aspectos, en el cuestionamiento del papel rector de la ciencia y la tecnología en el desarrollo nacional.

El continuo aumento del número de estudiantes generó tensiones en la universidad, que debió modificar su estructura, contratar a nuevos docentes e incorporar nuevos edificios. El inicio de la construcción de la Ciudad Universitaria, en terrenos ganados al río en el barrio de Núñez, fue quizás el emprendimiento edilicio más destacado del período. También varió la composición del claustro estudiantil, con un aumento significativo del número de estudiantes mujeres: durante la década de 1960 pasaron del 24 % al 35% de los egresados de la UBA.

Uno de los temas que animó los debates de la comunidad universitaria en esos años fue la crítica al denominado “cientificismo”, que para muchos jóvenes investigadores y estudiantes constituía un rasgo que marcaba la actividad de diversas unidades académicas. Por “cientificismo” se entendía el desarrollo de la tarea científica al margen de las preocupaciones sociales y de los problemas fundamentales que aquejaban al país. En este sentido, se cuestionó la utilización de subsidios aportados por fundaciones extranjeras ligadas con grupos empresarios para la financiación parcial de la investigación. En Ciencias Exactas, por ejemplo, se produjo una intensa polémica por los fondos provenientes de las fundaciones Ford y Rockefeller. 

Los conflictos que afectaron a la comunidad universitaria en este período se desarrollaron en el contexto de la Guerra Fría, signada por el enfrentamiento entre bloques y la creciente influencia de la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”. Según ella, las Fuerzas Armadas ya no debían prepararse para enfrentarse con un enemigo externo, sino, sobre todo, con actores de su propia sociedad nacional. Para los seguidores de esta doctrina, las universidades eran uno de los lugares donde se concentraba el enemigo interno. Así, el descubrimiento de la participación de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras en un movimiento insurgente en Salta en 1965 incentivó las denuncias sobre el compromiso de miembros de la UBA con este tipo de agrupaciones. La campaña contra la universidad contó con el respaldo de algunos sectores de la propia comunidad académica.

El 29 de junio de 1966 un golpe militar derrocó al presidente radical Arturo Illia. Un mes después, el nuevo gobierno presidido por el general Juan Carlos Onganía resolvió intervenir las universidades y dispuso que los rectores se transformasen en “administradores”. Mientras los rectores de las universidades de Cuyo, del Nordeste y del Sur acataron la decisión, los de las de Córdoba, Tucumán, Litoral, La Plata y Buenos Aires la rechazaron. En la UBA, el rector Fernández Long se negó a continuar ejerciendo su cargo en esas condiciones. El Consejo Superior, que ya se había pronunciado contra el golpe de Estado, firmó una declaración en la que denunciaba la ilegalidad de la medida. Ese mismo día, grupos de estudiantes y profesores decidieron ocupar las instalaciones de cinco facultades de la UBA para resistir la decisión del gobierno militar. Las autoridades de facto resolvieron su desalojo mediante el uso de la fuerza policial. Los episodios que se suscitaron a partir de esa decisión dieron lugar a uno de los momentos más dolorosos de la historia universitaria argentina: La noche de los bastones largos. La Guardia de Infantería de la Policía Federal ingresó en los edificios de las facultades de Ciencias Exactas, Arquitectura, Medicina, Ingeniería y Filosofía y Letras, y expulsó violentamente a los miembros de la comunidad académica que los habían ocupado. Muchos de ellos fueron detenidos y trasladados a diversas comisarías para ser liberados horas más tarde.

Días después, también como acto de protesta frente al avasallamiento de la autonomía y a la violencia ejercida por las fuerzas del Estado, cerca de mil trescientos docentes de la universidad −las cifras aún son objeto de controversia− presentaron la renuncia a sus cargos. El impacto de esos episodios sobre las universidades argentinas -en particular, sobre la de Buenos Aires- fue muy profundo: la mayoría de los que dejaban sus cargos formaban parte de los sectores más dinámicos, y entre ellos se hallaban muchos de los científicos más calificados del mundo académico, cuya formación había insumido cuantiosos recursos materiales y el trabajo de muchos años. Las renuncias fueron aceptadas prácticamente en su totalidad, aunque en algunos casos se rechazaron sus términos. La mayor parte de los docentes que renunciaron pertenecía a las facultades de Arquitectura y de Ciencias Exactas. 

La trayectoria posterior de los renunciantes fue muy diversa. Algunos retornaron a la vida universitaria tiempo después, durante la breve experiencia de transformación iniciada en mayo de 1973 con la llegada de Héctor J. Cámpora a la presidencia de la Nación y la designación de Rodolfo Puiggrós como rector. Otros, solo volvieron a partir de 1983, luego del retorno de la democracia. Pero muchos iniciaron una nueva vida en el exilio y ya no se reintegraron al sistema universitario argentino. Algunos de ellos se convertirían en referentes de su especialidad en diversas universidades de América Latina, Europa y Estados Unidos. Entre los renunciantes también hubo quienes decidieron abandonar la vida académica y dedicarse a otras actividades profesionales.