La universidad desde la transición democrática de 1983
Las elecciones celebradas el 30 de octubre de 1983 consagraron presidente de la Nación al líder de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín. La asunción de las nuevas autoridades el 10 de diciembre puso fin la trágica etapa de la dictadura cívico-militar. El nuevo gobierno debió asumir en un contexto complejo. Sobre todo, en una coyuntura económica adversa signada, entre otros factores, por el crecimiento exponencial de la deuda externa y por una fuerte limitación de la capacidad del Estado para asegurar, como lo había hecho hasta mediados de la década de 1970, la salud y la educación.
Si bien en un comienzo el nuevo gobierno contó con un sólido apoyo entre la ciudadanía, rápidamente debió afrontar una fuerte oposición y severas dificultades económicas que, con el paso del tiempo, socavaron y limitaron ese respaldo.
Un hito fundamental en la historia de la democracia moderna en la Argentina fue la investigación de los crímenes cometidos durante la dictadura. Una comisión integrada por figuras prestigiosas de la sociedad civil, la Conadep, fue encargada de llevar a cabo una investigación. Los resultados del trabajo de la Comisión fueron volcados en un extenso informe, el Nunca Más, publicado por Eudeba a fines de 1984. El informe constituyó una de las bases para el juicio de las juntas militares llevado a cabo el año siguiente, que culminó con la condena de los principales responsables del terrorismo de Estado.
A partir de 1986, las dificultades políticas y económicas del gobierno de Alfonsín se agudizaron. Entre otros desafíos debió afrontar tres alzamientos militares, en abril de 1987, y en enero y diciembre de 1988. Luego de la derrota en las elecciones legislativas de 1987 el gobierno radical ingresó en una etapa de gran debilidad que culminó dos años después con la derrota en las elecciones presidenciales.
Uno de los objetivos del gobierno de Alfonsín fue la reorganización de las universidades sobre la base de los principios de la autonomía y el cogobierno. Con ese propósito, en la mayor parte de las universidades públicas se restablecieron los estatutos que habían regido hasta el golpe de 1966, inspirados en los principios de la Reforma de 1918. Con el fin de avanzar en la normalización universitaria fueron designados nuevos rectores y consejos superiores y directivos provisorios.
Francisco Delich, un prestigioso sociólogo, fue designado rector normalizador de la Universidad de Buenos Aires. Delich condujo exitosamente el proceso de normalización que, entre otros aspectos, obligó a llevar a cabo masivos concursos de profesores. Durante el breve período en que ocupó el rectorado se produjeron cambios particularmente significativos. Por ejemplo, fueron creados el Ciclo Básico Común (CBC), el Centro Cultural Ricardo Rojas, el programa de educación a distancia UBA XXI y el programa de educación universitaria en las cárceles UBA XXII. También se crearon la Facultad de Psicología y nuevas carreras, como Ciencias de la Comunicación, Ciencia Política, Diseño Gráfico y Diseño Industrial.
Con el objeto de eliminar las trabas que durante el período de la dictadura habían impedido que miles de jóvenes accedieran a los estudios universitarios se suprimieron los aranceles y se restableció la gratuidad. Además, se eliminaron los cupos de ingreso, aunque para el ciclo lectivo de 1984 se mantuvieron los exámenes. En 1985, con la creación del CBC se estableció el ingreso irrestricto a todas las carreras de la universidad.
El levantamiento de las trabas al ingreso provocó un cambio sustantivo en el número de estudiantes de la UBA. En 1983 había cerca de 106.000, de los cuales 13.000 se habían incorporado ese año. En 1984 ingresaron 43.572, y en 1986, más de 52.000. Solo dos años después, en 1988, la UBA contaba con más de 180.000 alumnos.
De acuerdo con el censo que la institución llevó a cabo en 1988, los estudiantes de la UBA reunían las siguientes características: un 48 % trabajaba más de 25 horas semanales, y un 33 % no desempeñaba ningún tipo de actividad laboral; un 57 % provenía de escuelas secundarias públicas, y un 42 % había asistido a escuelas privadas; un 59 % vivía en la Ciudad de Buenos Aires y un 39 % en los partidos del Gran Buenos Aires; el 65 % de los alumnos eran los primeros de sus familias que habían logrado acceder a los estudios universitarios.
En esta etapa, una característica particular del estudiantado -y de los jóvenes en general- fue el alto grado de politización y el fuerte interés por participar en la vida pública de las instituciones universitarias. Esta situación reflejaba el profundo optimismo que en esos años existía sobre la capacidad de la democracia -y de la política, en particular- para transformar la grave situación económica y social que atravesaba el país.
Durante la mayor parte de los años ochenta los estudiantes respaldaron a las agrupaciones vinculadas con el partido gobernante. Franja Morada, brazo estudiantil de la UCR, mantuvo una clara hegemonía durante esa década y la siguiente. De todos modos, agrupaciones vinculadas con otros partidos políticos e incluso algunas independientes disputaron con los radicales el predominio sobre el estudiantado. Así, la agrupación independiente Quantum atrajo las preferencias de los estudiantes de la Facultad de Ingeniería, y Unión Para la Apertura Universitaria (UPAU), vinculada al partido Unión del Centro Democrático, se hizo particularmente fuerte en la Facultad de Derecho. En Filosofía y Letras, los militantes radicales fueron desplazados del centro de estudiantes por una alianza conformada por la Juventud Universitaria Peronista y la Juventud Universitaria Intransigente.
El significativo crecimiento que experimentó el número de estudiantes durante la segunda mitad de los ochenta obligó a las universidades a construir, y en algunos casos alquilar, nuevos edificios. Las instalaciones con las que contaba la universidad no estaban en condiciones de albergar a tantos alumnos. La implementación del CBC también exigió disponer de más espacios. Durante esos años, el CBC se dictó en nuevas sedes, como la ubicada en las cercanías de la estación Drago del Ferrocarril Mitre y la de la avenida Paseo Colón. A fines de la década, en la calle Puan del barrio de Caballito, se inauguró un nuevo edificio para la Facultad de Filosofía y Letras. Las instalaciones de la calle Marcelo T. de Alvear que había ocupado desde mediados de los setenta fue destinado a la nueva Facultad de Ciencias Sociales.
Los últimos años de la década de 1980 se caracterizaron por un alto grado de conflictividad laboral que afectó el funcionamiento de las universidades públicas. El Estado experimentó una notable limitación de recursos debida, entre otros factores, al peso de la deuda pública contraída por la dictadura militar, las altas tasas de interés internacionales y los bajos precios de los productos que exportaba el país. En la UBA, los conflictos tuvieron su origen, fundamentalmente, en la abrupta caída de los salarios de docentes y no docentes. Los reclamos se expresaron en huelgas frecuentes que afectaron el dictado de clases y la toma de exámenes.
La Universidad de Buenos Aires culminó su proceso de normalización en marzo de 1986, cuando la Asamblea Universitaria eligió como rector al contador Oscar Shuberoff, hasta entonces decano de la Facultad de Ciencias Económicas. El nuevo rector permaneció al frente de la UBA hasta 2002. Durante esa etapa, la institución volvió a experimentar un acelerado crecimiento del número de estudiantes, que al final de la gestión superaban los 300.000. Además, se crearon las carreras de Diseño de Indumentaria y Textil (1988), Diseño de Imagen y Sonido (1989), Edición (1992) y Diseño del Paisaje (1992).
En los años noventa, la comunidad universitaria fue protagonista de intensos debates y protestas, como las que enfrentaron los intentos de ajuste presupuestario y los ensayos para avanzar con procesos de arancelamiento y de restricción del acceso a los estudios universitarios.