Desde la nacionalización a la Reforma. 1881-1918 

La nacionalización de la Universidad de Buenos Aires en febrero de 1881 marcó el inicio de una nueva etapa en su historia. Bajo el impulso del entonces rector y senador nacional Nicolás Avellaneda, en 1885 se sancionó la primera ley universitaria nacional. Sobre esa base, las universidades de Córdoba y Buenos Aires adaptaron sus estatutos y se organizaron en facultades que gozaban de un alto grado de independencia. 

Cada facultad era gobernada por una academia. Se trataba de un organismo integrado por miembros vitalicios en el que participaban, generalmente en minoría, algunos profesores junto a figuras reconocidas de la vida política y profesional que no desarrollaban actividades docentes en las casas de estudios. Cuando alguno de los miembros de la academia debía ser sustituido por renuncia o fallecimiento, los restantes se reunían y elegían al nuevo integrante.

Reunidas en asambleas cada cuatro años, las academias elegían al rector de la universidad, que podía ser reelecto de manera indefinida. El rector gobernaba la institución junto a un Consejo Superior, integrado por los decanos y dos delegados por cada facultad, elegido por las academias.

Por entonces, la universidad se centraba fundamentalmente en la formación profesional. La de Buenos Aires formaba, sobre todo, médicos, abogados e ingenieros. La actividad científica y la enseñanza en humanidades ocupaban un lugar marginal. La crítica a la orientación excesivamente “profesionalista” constituyó uno de los ejes del cuestionamiento a la vida universitaria en la Argentina de comienzos del siglo XX. 

En 1896 se creó la Facultad de Filosofía y Letras, en 1908 se incorporó el Instituto de Agronomía Nacional −que posteriormente dio origen a la Facultad de Agronomía y Veterinaria−, y en 1913 se conformó la Facultad de Ciencias Económicas. También en la década de 1910 se incorporaron a la universidad dos establecimientos de enseñanza media: la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y el Colegio Nacional de Buenos Aires. 

Con el paso del tiempo la población estudiantil fue creciendo y convirtiéndose en un actor fundamental de la vida política y social de la ciudad. Los estudiantes participaban en movilizaciones y constituyeron sus primeras organizaciones gremiales, los centros de estudiantes. En 1894 se creó el primero del país, que agrupó a los estudiantes de Ingeniería de la Facultad de Ciencias Exactas y adoptó el nombre de “La Línea Recta”. En 1900 llegó el turno del centro de estudiantes de Medicina, y en 1905 el de Derecho y Ciencias Sociales, y el de Filosofía y Letras. 

Entre 1903 y 1905 los estudiantes protagonizaron diversas protestas -en particular, en las facultades de Derecho y de Medicina- en las que manifestaban su disconformidad con medidas administrativas relativas a distintos aspectos de la vida académica. Rechazaban las disposiciones de las academias que limitaban su derecho a rendir exámenes y las propuestas de nombramientos de profesores. Las protestas culminaron en 1906 con un cambio en los estatutos de la Universidad de Buenos Aires que eliminó el carácter vitalicio de las academias. Desde entonces, sus miembros fueron electos a partir de propuestas del cuerpo de profesores. Aunque amortiguó los conflictos, la modificación de los estatutos no se tradujo en cambios sustantivos en la vida de la universidad, que siguió concentrándose en la formación profesional. 

En 1918 la UBA contaba con seis facultades y dos colegios de enseñanza secundaria donde cursaban algo más de ocho mil estudiantes. Ingresar a la universidad y obtener un título profesional se convirtió en la aspiración y una de las principales vías de ascenso social de los hijos de gran parte de los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.

En 1908 los estudiantes porteños dieron un nuevo paso en su organización gremial y crearon la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA). En un comienzo, la FUBA procuró mantenerse al margen de los conflictos políticos y religiosos y ocuparse prioritariamente de cuestiones académicas y gremiales. Así se establecía en el artículo 9 de su primer estatuto, que afirmaba que: “En ningún caso la Federación de Centros que la componen podrá tomar participación en asuntos relacionados con la política y la religión”. El primer presidente de la FUBA fue Salvador Debenedetti, un estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras. Posteriormente, muchos dirigentes importantes de la FUBA, como el propio Debenedetti y Osvaldo Loudet, fueron figuras destacadas en la vida institucional de la universidad.

Desde sus orígenes, el mundo universitario fue un espacio reservado para hombres. El sistema educativo establecía tempranamente un proceso muy definido de segmentación por género. Solo una pequeña parte de quienes finalizaban la escuela primaria continuaba sus estudios en el Colegio Nacional. La mayoría de ellos eran hombres. Una alternativa era la escuela normal, donde se obtenía un título que permitía ejercer como maestro o maestra de escuela primaria. Los títulos del Colegio Nacional habilitaban para estudiar en la universidad. En cambio, quienes egresaban de las escuelas normales -donde la proporción de mujeres era mucho mayor- debían atravesar sistemas de evaluación muy complejos para poder acceder a la mayoría de las facultades. Entre 1900 y 1905 solo un 0,79 % de los títulos emitidos por la UBA fueron obtenidos por mujeres. En el período comprendido entre 1936 y 1940 el porcentaje se elevó a un 13, 80 %.

Las mujeres lograron ingresar a los claustros universitarios a partir de los últimos años del siglo XIX. La primera egresada de la Universidad de Buenos Aires fue una médica, Cecilia Grierson. La primera abogada, Celia Tapias, recibió su título en 1910, y la primera ingeniera, Elsa Bachofen, obtuvo su diploma en 1918. La incorporación de las mujeres a los claustros como profesoras se produjo mucho más tarde, recién a fines de los años veinte. Teresa Ferrari de Gaudino, en Medicina, y Lida Peradotto, en Filosofía y Letras, se cuentan entre las primeras mujeres que accedieron a cargos docentes relativamente importantes y permanentes.

La situación de las mujeres no era similar en todas las facultades. La Facultad de Filosofía y Letras contó desde sus orígenes con un alumnado femenino proporcionalmente numeroso: la primera promoción de egresados estuvo integrada por cuatro mujeres y cinco varones. La escuela de parteros de la Facultad de Medicina también contó desde un comienzo con un número elevado de mujeres entre sus estudiantes.